domingo, 22 de septiembre de 2013

Perversión bajo sotanas



La iglesia católica como toda institución relevante dentro de la sociedad, encierra historias siniestras sobre personas que aprovechan su jerarquía para saciar sus deseos más retorcidos.

Así inicia el relato sobre Gabino Miranda, obispo auxiliar de Ayacucho, religioso perteneciente al Opus Dei, con una preparación cristiana que muchos anhelarían tener. Un defensor absoluto de la moral y los buenos principios, que terminó por sucumbir ante la tentación de su cruda humanidad.

Fue una tarde de misa, de un domingo frío y melancólico, cuando a las puertas de la iglesia arremetió una madre furiosa en busca del obispo Miranda, acompañada de su hijo que rompía en llanto y desesperación.

El pequeño Pablito que por mucho tiempo vio a Miranda como un protector y guía, en ese momento se escondía asustado bajo la falda de su madre, era un miedo tan palpable que hizo temblar al mismo obispo, quien ya se imaginaba lo que vendría.

Ante el desconcierto de los parroquianos, con voz justiciera y mirada rabiosa, la mujer se dirigió a la multitud y señalando a Miranda, exclamó: “Este hombre que ven frente a ustedes, que viste túnicas blancas, que predica la existencia de bondad y respeto en los corazones humanos, que guía por el buen camino la mente de aquellos que obran mal, que nos transmite y comparte el cuerpo y la sangre de Cristo mediante sus palabras; no es nada más que un desperdició y un error del gran poder de nuestro Señor”

Luego de semejante declaración, los párrocos allí presentes, confundidos y curiosos por saber el motivo de aquel discurso, trataron de calmar el ímpetu de aquella mujer, quien no pudo reprimir más las lágrimas, tras ver el rostro triste de su hijo.

Entonces con la voz entrecortada, relató para todos los presentes, el macabro hecho que sufrió el pequeño Pablito a manos de obispo Miranda: Siendo ya la hora de almorzar, me pregunte porque mi niño aún no regresaba de su catequesis, si siempre lo hacía en forma puntual. El tiempo pasaba y con mucha angustia salí a buscarlo a la iglesia, no bastó llegar hasta allí, pues a medio camino lo encontré llorando en la vereda con el pantalón manchado de sangre, con mucho temor me acerque a abrazarlo para preguntarle qué había pasado, pero me hizo a un lado y sin dirigirme la palabra caminamos juntos hasta la casa.

Fue allí donde no pudo contenerse más y me contó como el obispo de la parroquia había abusado sexualmente de él: “Estábamos jugando a señalar el nombre de los santos según las imágenes que nos mostraba el obispo, quien acertaba más nombres ganaría el juego y se llevaría un premio especial después de clases. Yo fui el ganador y luego que los demás niños se fueron a sus casas, el obispo me dijo que era momento de darme mi premio, entonces comenzó a desvestirse y me obligó a hacerlo también, luego de eso se me acercó y comenzó a tocarme y arrojándome contra la pared se puso detrás mío y empezó a violarme, mientras yo sangrada y lloraba de dolor. Al terminar me dijo que me limpiara y me fuera a mi casa sin comentarle de esto a nadie, porque de lo contrario no podría llegar nunca al cielo”

La madre indignada e impotente se puso a llorar, no tenía la más remota idea de que algo así pudiera suceder. En eso el padre llegó a casa, y al ver a su esposa e hijo con el rostro empapado en lágrimas, preguntó con miedo y angustia que había pasado.

Tras oír toda la historia, el padre ofuscado sintió deseos de rabia y humillación, entonces pensó en hacer justicia por sus propias manos, pero al ver la expresión de dolor de su familia, recapacitó y decidió no traer más desgracias al hogar, entonces se dirigió a la comisaria del pueblo para entablar una denuncia en contra del obispo.

Luego de tal testimonio, todos los creyentes dentro de la iglesia dirigieron su mirada hacia Miranda, quien nervioso por la acusaciones, trato de negar los hechos y escapar de la ahora enardecida multitud que empezó a perseguirlo. Tras conseguir llegar hasta la puerta de la iglesia, Miranda se dio con la sorpresa que afuera lo esperaba el padre de Pablito con un par de policías, quienes rápidamente lo enmarrocaron para llevarlo a la comisaria.

Al final de esta historia, el obispo Miranda fue destituido de la iglesia católica y procesado por la policía. Toda la comunidad ayacuchana espera que se haga justicia para este hombre que traicionó la confianza de los hombres, y de Dios, a quién uso como pretexto para desatar su depravación.



Kevin Hinostroza Llantoy


sábado, 21 de septiembre de 2013

LA HORA CABANA

Aquella mañana el arresto del ex presidente, Alejandro Toledo y de muchos congresistas  transformaría la manera de hacer justicia en el Perú. El congreso acababa de culminar una sesión histórica, donde se aprobó un nuevo proyecto de ley  sobre el arresto y  sentencia  penal, a las autoridades que incurran en la corrupción, es decir que ningún político iba hacer inmune ante la justicia. 
 Alas ocho de la mañana, Toledo salió contento y ufano rumbo al congreso, confiado que saldría libre de polvo y paja, como salen todas las autoridades, sin presagiar que minutos más tarde los oficiales lo esperarían para arrestarlo. Codujo su BMW, acompañado de su esposa Eliane Karp y de su abogado para  preparar un artilugio legal con el fin de evadir a la justicia.
Días antes, había salido un mail  y una factura de arbitrio, donde se corroboraba la participación en la empresa Ecoteva y el pago de 3 millones de dólares de la hipoteca de su casa en Camacho, a ello se suman los inmuebles de su suegra ,Eva Fernenbur.
En el congreso,  el caso se había vuelto insostenible porque muchos políticos e incluso la comisión de ética, habían incurrido en delitos de corrupción y hasta ese momento  ninguno fue sancionado, lo que generó constantes manifestaciones, sin embargo no se atendía las demandas de los ciudadanos, hasta que la  opinión pública estalló. El país había entrado en una  crisis política, incluso muchos aprobaban la disolución del congreso.
La presión de la opinión pública se había vuelto insostenible, así que el congreso, en medida desesperada, decidió enmendar su error, tratando de aprobar una ley que le devolviera la credibilidad, y para eso tenían que rodar cabezas. Aquella mañana Toledo apareció en el congreso para dialogar con su partido, pero más grande su sorpresa al percatarse que varios oficiales le estaban esperando, uno de ellos le esposó y dijo:
-Señor Toledo- queda arrestado- cualquier cosa que diga será usado en su contra ante un tribunal--Soy  nocente – Toledo atinó a decir.                                                                                                                                                -No toquen a mi cholo sagrado-





Franco Bravo Tejeda