La iglesia católica como toda
institución relevante dentro de la sociedad, encierra historias siniestras
sobre personas que aprovechan su jerarquía para saciar sus deseos más
retorcidos.
Así inicia el relato sobre Gabino Miranda, obispo auxiliar de Ayacucho,
religioso perteneciente al Opus Dei, con una preparación cristiana que muchos
anhelarían tener. Un defensor absoluto de la moral y los buenos principios, que
terminó por sucumbir ante la tentación de su cruda humanidad.
Fue una tarde de misa, de un domingo frío y melancólico, cuando a las
puertas de la iglesia arremetió una madre furiosa en busca del obispo Miranda, acompañada
de su hijo que rompía en llanto y desesperación.
El pequeño Pablito que por mucho tiempo vio a Miranda como un protector y
guía, en ese momento se escondía asustado bajo la falda de su madre, era un
miedo tan palpable que hizo temblar al mismo obispo, quien ya se imaginaba lo
que vendría.
Ante el desconcierto de los parroquianos, con voz justiciera y mirada
rabiosa, la mujer se dirigió a la multitud y señalando a Miranda, exclamó: “Este
hombre que ven frente a ustedes, que viste túnicas blancas, que predica la
existencia de bondad y respeto en los corazones humanos, que guía por el buen
camino la mente de aquellos que obran mal, que nos transmite y comparte el
cuerpo y la sangre de Cristo mediante sus palabras; no es nada más que un desperdició
y un error del gran poder de nuestro Señor”
Luego de semejante declaración, los párrocos allí presentes, confundidos y
curiosos por saber el motivo de aquel discurso, trataron de calmar el ímpetu de
aquella mujer, quien no pudo reprimir más las lágrimas, tras ver el rostro
triste de su hijo.
Entonces con la voz entrecortada, relató para todos los presentes, el
macabro hecho que sufrió el pequeño Pablito a manos de obispo Miranda: Siendo
ya la hora de almorzar, me pregunte porque mi niño aún no regresaba de su
catequesis, si siempre lo hacía en forma puntual. El tiempo pasaba y con mucha
angustia salí a buscarlo a la iglesia, no bastó llegar hasta allí, pues a medio
camino lo encontré llorando en la vereda con el pantalón manchado de sangre,
con mucho temor me acerque a abrazarlo para preguntarle qué había pasado, pero
me hizo a un lado y sin dirigirme la palabra caminamos juntos hasta la casa.
Fue allí donde no pudo contenerse más y me contó como el obispo de la
parroquia había abusado sexualmente de él: “Estábamos jugando a señalar el
nombre de los santos según las imágenes que nos mostraba el obispo, quien
acertaba más nombres ganaría el juego y se llevaría un premio especial después
de clases. Yo fui el ganador y luego que los demás niños se fueron a sus casas,
el obispo me dijo que era momento de darme mi premio, entonces comenzó a
desvestirse y me obligó a hacerlo también, luego de eso se me acercó y comenzó
a tocarme y arrojándome contra la pared se puso detrás mío y empezó a violarme,
mientras yo sangrada y lloraba de dolor. Al terminar me dijo que me limpiara y
me fuera a mi casa sin comentarle de esto a nadie, porque de lo contrario no
podría llegar nunca al cielo”
La madre indignada e impotente se puso a llorar, no tenía la más remota
idea de que algo así pudiera suceder. En eso el padre llegó a casa, y al ver a
su esposa e hijo con el rostro empapado en lágrimas, preguntó con miedo y
angustia que había pasado.
Tras oír toda la historia, el padre ofuscado sintió deseos de rabia y
humillación, entonces pensó en hacer justicia por sus propias manos, pero al
ver la expresión de dolor de su familia, recapacitó y decidió no traer más
desgracias al hogar, entonces se dirigió a la comisaria del pueblo para
entablar una denuncia en contra del obispo.
Luego de tal testimonio, todos los creyentes dentro de la iglesia
dirigieron su mirada hacia Miranda, quien nervioso por la acusaciones, trato de
negar los hechos y escapar de la ahora enardecida multitud que empezó a
perseguirlo. Tras conseguir llegar hasta la puerta de la iglesia, Miranda se
dio con la sorpresa que afuera lo esperaba el padre de Pablito con un par de
policías, quienes rápidamente lo enmarrocaron para llevarlo a la comisaria.
Al final de esta historia, el obispo Miranda fue destituido de la iglesia
católica y procesado por la policía. Toda la comunidad ayacuchana espera que se
haga justicia para este hombre que traicionó la confianza de los hombres, y de
Dios, a quién uso como pretexto para desatar su depravación.
Kevin Hinostroza Llantoy
No hay comentarios:
Publicar un comentario